LA CASA DE NUESTRO SER. Carlos Romo Sanz
La
casa de nuestro ser
Carlos Romo Sanz
En el Evangelio de este cuarto domingo de cuaresma nos presenta Cristo una
imagen de Dios no como un vengador y castigador de los hijos malos, sino como
Padre Misericordioso. (En realidad la llamada parábola del hijo pródigo tendría
que ser la parábola del “Padre misericordioso”). Un Padre que con nostalgia
espera al hijo que rompió con la familia y se marchó. El Padre sufre, no porque
el hijo dilapide la herencia, o viva una vida desenfrenada en sexo, alcohol y
drogas, o simplemente viva “su vida”. No es eso lo que le disgusta al Padre,
sabe que su hijo no es feliz, y quiere darle todo lo bueno que tiene en su
casa. Le quiere hacer heredero de su casa y posesiones. Compartir con él, pero
respeta su libertad, no impone, espera…
En la mitología griega, Perseo, hijo de dios (Zeus) y de mujer, lucha
contra los dioses porque piensa que los males llegan a los hombres por culpa de
los dioses, que mataron a los padres que lo adoptaron y cuidaron. Zeus baja a
la tierra porque ama a Perseo y desea que comparta con él, como su hijo, la
vida de los dioses. Perseo renuncia a ir con Zeus al Olimpo y quiere vivir con
los hombres, con los que ha estado siempre. Mitología que visualiza algo que se
nos que se repite. Cristo, Hombre y Dios, viene a la tierra para hacer a los hombres
hijos de Dios y hacernos partícipes del Reino de su Padre. El sabe que el Padre
nos ama y nos espera. El cielo es la
casa adecuada a nuestra naturaleza, la casa de nuestro ser, pero Cristo no crea mitología, ni piensa en
un ser abocado a la muerte refugiado en la casa que se construye con la razón,
como propondría Heidegger desde su existencialismo.
Dios creó el universo y nos creó a los hombres. Como cristianos creemos en
Cristo y con Él creemos en una nueva creación. El Padre no nos va a reprochar lo malo que hemos hecho en la tierra,
sencillamente no nos va entregar su cielo, sus posesiones, su casa: la casa de nuestro ser. Allí donde
nosotros seremos más de lo que somos y estaremos mejor de lo que estamos. Nos
quejamos y lamentos del daño ecológico, de la manipulación genética y de toda
lesión a la naturaleza. La tierra se destroza. Pero no pensamos que Dios ha
iniciado una nueva creación. Consideremos la futura anunciada resurrección
iniciada ya en Cristo y en la que ya participamos en la medida en que vivimos
en Él. Nuestro ser no está llamado a la destrucción en el tiempo, sino a un
revivir en el futuro en el cielo donde habita Cristo. Cristo habita en nuestro
espíritu. Y como Él participamos del cielo. Esto es posible más allá de lo
físico, de lo biológico, incluso de lo sicológico. Se verifica en el espíritu.
Como cristiano no me puedo separar de Cristo. Es alguien en mí. Nuestro destino
es común. Ese destino es la casa recreada para vivir en la eternidad. Si Cristo
vive ahí, también viviremos nosotros pues como Él somos hijos de Dios. El Padre
hace todo de nuevo para que vivamos de su herencia como hijos de Dios. Cristo es la garantía de la nueva creación,
de la casa de nuestro ser más.
El problema del hombre es que como
Perseo, rechazamos lo divino y nos quedamos con los humanos abocados a la
muerte, al vivir del frenesí del momento, del instante, la orgía del placer egoísta
sin pensar que es todo soplo que se diluye en el anonimato de un aire
invisible. O construimos ideologías y utopías terrenas cerradas y encerradas en
sí mismas. Dios nos recrea de nuevo y nos lanza a la construcción de un nuevo
ser en nosotros con todas las fortalezas posibles en el hombre. Él puede hacer
de nosotros un ser fundado en la justicia: Dios puede hacer de nosotros hombres
incapaces de separarse de la justicia. Se lo exigimos a políticos, a los demás,
aunque no crean en Cristo, cuando nosotros cristianos, ni lo somos, ni dejamos que Dios nos haga
justos. Esa es la nueva creación que Dios quiere hacer de nosotros, si se le da
opción a ello. Nuestro Padre nunca se “impondrá”, nos ha creado libres y nos ha
dado una energía, que aunque parezca contradictorio, la podemos ideologizar y
falsamente proyectar, y hacernos dioses de lo terreno para sustituirle, pero su
amor de Padre es más… Allí donde el hombre no llega, empieza el Dios. El justo
entra a tomar posesión del bien divino, el limpio posee el poder de ver a Dios,
el pacífico sobreabunda de la paz y felicidad. Dios nos recrea en Cristo. Eso
es lo que quiere hacer el Padre con nosotros y para eso espera nostálgico y
misericordioso sentado a la puerta del cielo, esperando nuestro retorno.
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