domingo, 10 de febrero de 2013

DISFRAZADOS DE CRISTIANOS



El año pasado, al poco tiempo de llegar a Cádiz, un sábado aún no de carnaval yendo a celebrar misa en una iglesia del centro, se me cruza un chaval, me mira: “Y tú de qué vas, eres cura o llevas disfraz”. Hoy si es carnaval y este recuerdo me da título al comentario: disfrazados de cristianos. Nos camuflamos y disfrazamos asumiendo personalidades que actitudes egoístas nos imponen, tratamos así de ocultar defectos, problemas o ignorados pecados. Gastamos muchos talentos en promesas de belleza o felicidad caducas y efímeras. Los entrenadores, sanitarios, médicos, maestros, psicólogos, sacerdotes, profesores y en general los acompañantes del físico, del psíquico o del espíritu del hombre lo saben muy bien­: hay una tendencia a camuflar nuestra verdadera personalidad por seguir modelos de conducta inducidos y de imagen muy comercializados, sin entrar ahora en conductas distorsionadas o perturbadas, criminales o fraudulentas. Queremos “adquirir” felicidad, cuando ésta es gratuita, como decíamos la pasada semana y nos timan. 

En el evangelio de este domingo tenemos pesca abundante y sorprendente, como las palabras de Pedro “Señor apártate de mí que soy pecador”. Era el asombro dice el Evangelio que se había apoderado de ellos. Asombro y maravilla que no producimos los cristianos con las gracias recibidas cuando únicamente vamos “disfrazados de cristianos”. Ocultamos nuestro pecado, o lo ignoramos que es aún más triste. El encuentro auténtico con Cristo (conversión): hace caer mi disfraz, mi mentira, mi limite… Cristo ¿Recrimina? ¿Condena? ¿Arroja a Pedro de la barca, o se va caminando en dirección contraria sobre las aguas? No. Pedro confiesa su vida (que es mayor milagro que el nuevo caladero de peces ofrecido por Cristo). Pedro le pide que se aleje. Cristo no lo hará como la semana pasada cuando intentamos despeñarle  al ver que no cumplía las expectativas de “mi Dios”. Cristo ante el pecador arrepentido, no solo perdona y ama, sino que inmediatamente da misión. Lo que importa no son los milagros que continuamente nos acompañan, el vivir, el nacimiento de un ser humano, que salga el sol, sino su incidencia en mi vida. Volvemos al esquema, Pedro: confiesa, Cristo: “no temas” desde hoy serás pescador… de hombres. Al pecador arrepentido, Cristo siempre da misión. ¿No tengo misión? ¿No sé cual es mi misión? Tendré que revisar mi conversión. Jesucristo, su Palabra, su Evangelio, no nos agrede o perturba: nos interpela, nos convierte, nos envuelve misteriosamente, nos renueva, cambia los horizontes de nuestra existencia y nos lleva a colaborar en la misión de “vivir y trasmitir” el Evangelio, que es la misión fundamental de la Iglesia en el mundo.

No es un  problema disfrazarse en carnaval con sus aspectos de creatividad y sana alegría compartida, no voy a descubrir ahora el artístico y artesano original disfraz que sorprende, o la palabra cantada en poética, y mucho más...  El gran problema, creo, es vivir disfrazo, o en falsa alegría, que para un cristiano se traduce en vivir sin fiarse plenamente de Cristo y de su Evangelio, no queriendo salir de su límites y alimentándose más de sus razones y sentimientos que echando las redes en el agua de la vida, en la familia, en los amigos, en el trabajo… fruto de su continúa conversión. Un cristiano, que tal se declara y no tiene misión: va por la vida sólo disfrazado de cristiano.

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