SANTO TOMÁS DE AQUINO. PATRONO DE LAS UNIVERSIDADES
Recordamos, celebramos, rezamos e incluso pedimos a Dios la intercesión de un profesor de Universidad. Profesor e investigador. Vacía de contenido se nos quedaría la celebración sino reflexionamos y no nos planteamos una pregunta que se tuvo que plantear Santo Tomás de Aquino, cualquiera sea el ángulo o la parcela de nuestra investigación o estudio: cómo llenar el vacío metafísico, ontológico, el relativismo y el hedonismo, el nihilismo, el tautológico saber por el saber, o bajo intereses mercantiles, que sabemos bien denunciar, criticar y analizar. Y es justo que sea así y haremos profundos y necesarios análisis históricos, seminarios e investigaciones. Pero ¿qué visión de vida puedo trasmitir a mis alumnos para dar solidez a la comunidad académica, a la comunidad cristiana, a la sociedad? ¿Qué testimonio? Santo Tomás, hoy no nos invitaría a hacernos tomistas, sino que nos llevaría a plantearnos lo perenne que él se cuestionó: cómo llenar el vacío metafísico, existencial, cómo dar visión transcendental a mi entorno, como dar una respuesta vivencial a aquello que sabemos tan bien denunciar. Cómo ser apologetas, en este Año de la fe, cómo ser coherentes entre la fe creída y mi estilo de vida, como sintetizar, teoría y práctica.
La filosofía y la teología de Santo Tomás no constituyen un sistema, el concepto es posterior y tiene origen cartesiano, además la sistematización que de su obra se hizo después no fue siempre fiel a las posiciones auténticas de Santo Tomás, por haber absorbido el polvo de diversas corrientes escolásticas, velando a veces la originalidad de Santo Tomás, con fórmulas espurias a su pensamiento. Ciertamente no hay que considerar a S. Tomás como si fuese el punto final, o una especie de arsenal en el que podamos encontrar respuestas ya formuladas para todos los problemas: no es posible; nos separan siete siglos, y la humanidad ha pasado por una inmensidad de experiencias, la cultura ha hecho adquisiciones de todo género; y la ciencia, y la misma reflexión filosófica ha descubierto, por ejemplo, una originalidad de la libertad, que en Santo Tomás está ya apuntada, pero no desarrollada. Santo Tomás armonizó dos instancias del conocimiento: esa especie de convivencia de lo que podemos llamar la esencia de la trascendencia platónica, con la esencia de la concreción aristotélica. Santo Tomás, bautiza a Aristóteles y lo sintetiza con el ya cristianizado Platón por San Agustín. Es el esfuerzo de todos de los genios santos y doctores, todos tenían la inquietud de que en Cristo, como Verbo, está dada la cima del saber metafísico y místico.
“No os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro”. Tenemos un Maestro: Cristo. Él tiene esa respuesta metafísica, esa visión que debe ser entendida y enseñada. Y esta es misión universitaria: que Cristo tenga cátedra. ¿Qué puede significar que Cristo tenga cátedra universitaria? No se trata de convertir a Cristo solamente en objeto de estudios, teológicos, lingüísticos, históricos o hermenéuticos. No es dilucidar cómo pudo resucitar, si hizo milagros o no, que si es hombre como los demás, que no hay indicios para aceptar su divinidad, o buscar los criterios de credibilidad… Se trata más bien de entender la visión que tiene Cristo. Cuál es su modelo. Cristo es el Metafísico por excelencia, único que puede dar a la persona humana el fundamento del auténtico humanismo, que puede llevar a su plenitud la mística inspiración que ya está presente en todas las religiones y culturas desde que el ser humano aparece en este mundo. Dios da su gracia a todo ser humano de buena voluntad y lo prepara para la revelación plena significada en Cristo.
Se requiere creer en Cristo y hacerse su discípulo (seguirle) para ir entendiendo su visión y modelo. Cristo, que da razón de su divinidad, incluye las dos vías, las dos líneas interpretativas del modelo absoluto siempre buscado: “Metafísica” y “Mística”, en las que se introduce el “Sígueme”. ¿Quién ha adquirido un “notable o sobrasaliente” en este seguimiento? ¿Quién es doctor de mística, para mostrar a Cristo? Diría que muy pocos, bueno los santos sí. Hay que estudiar a Cristo, su vida, su visión de la vida y de la historia, su pensamiento… ¿Dónde aprender esta disciplina?, ¿dónde prepararme?; ¿leyendo a los filósofos?, ¿estudiando teología?, ¿estudiando el tomismo? Hay que ir a la misma fuente que fue Santo Tomás, y todos los grandes doctores y santos de la Iglesia: a la contemplación orante. No habléis de nada, que no hayáis contemplado antes en la oración era consejo de Santo Domingo de Guzmán, que tan bien entendió Santo Tomás.
En la investigación la fuente del conocimiento viene de la inspiración, de Dios, no de la capacidad racional como diría Aristóteles y todo el racionalismo, no de una emergencia del cerebro que trabaja con los sentidos como enseña el empirismo y la ciencia experimental. El conocimiento se da en la consciencia y esta se incrementa con la inspiración. La racionalización presupone el conocimiento inspirado. “Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría” (Sb. 7,7). Lo más precioso es lo que me viene de Dios, me tiene que ser inspirado porque por mí mismo no puedo adquirirlo. Lo sepa o no, es así. Esto no implica ni quietismo ni pelagianismo. La inspiración hay que trabajársela, tenemos que mantener abierta, no disgregada ni egotizada, ni ideologizada, nuestra capacidad de poder ser inspirados. Cristo, el Maestro, prometió ese espíritu que lleva a entender su visión. “Yo os enviaré el Espíritu, que os enseñará todas las cosas”, sólo este Espíritu puede romper los esquemas conceptuales de un racionalismo dogmático, de una subjetividad elevada a absoluto como hizo Fichte, por ejemplo, que se pone en lugar de Dios; ni en la poética sí, pero limitada absolutización objetivada de Schelling, ni en la síntesis hegeliana panentesista, dialéctica y estática, transcendental, si, pero no transcendente.
Reconocer el Espíritu como fuente inspirativa supone reconocer al Otro que es más que yo y es mi Maestro. Si yo no reconozco esta estructura en la enseñanza niego mi existencia como enseñante: nadie puede llamarme profesor porque cada uno se enseña a sí mismo, por mucha la objetividad a la que apele. Cristo es Cátedra de humanismo, en la vida social, en la vida universitaria… He aquí el legado perenne de Santo Tomás de Aquino (1225-1274) que es mucho más que la “intelectualidad” de sus textos. Su extensa obra es fruto de su experiencia de Dios. Profesor de profunda oración. Como contemplativo, supo alternar el estudio y la oración, haciendo del estudio oración y de la oración estudio. Cuenta su secretario Fray Reginaldo, que “antes de ponerse a estudiar, sostener una discusión, enseñar, escribir, o dictar, recurría a la oración” Pasaba largas horas de oración ante el crucifijo o el Santísimo “Tomás, - le dijo una vez Cristo- has escrito muy bien sobre mí; ¿qué recompensa quieres por tu trabajo?” Y éste le contestó rápidamente: “¡Sólo a ti, mi Señor!”.
Toda la obra y la vida del Doctor Angélico fue un esfuerzo por buscar a Dios a través del estudio y la contemplación y por comunicar a los demás el resultado de este esfuerzo.
La doctrina maravillosa del Angélico es insustituíble y, bajo la guía del Magisterio de la Iglesia, sus enseñanzas son fundamento seguro. Debemos ir a Tomás.
ResponderEliminarHay que volver a Tomás, porque apartarnos de él ha causado muchos daños al pensamiento católico.
ResponderEliminarHoy en día nos hace falta esa actitud orante de la que Santo Tomás es magnifico ejemplo. Como indica Alonso, la Iglesia, de vez en cuando, parece que no necesita de los grandes Doctores y Padres. creo que es tiempo de redescubrirlos y actualizarlos. Ese es, quizás, el reto que tenemos en nuestras manos, hacer actual tanta sabiduría inspirada por el Señor.
ResponderEliminarUn saludo al P. Luis Sánchez, comunidad universitaria y demás lectores.
Muchas gracias por la reflexión en torno a Santo Tomás.
ResponderEliminarEs muy útil en estos momentos universitarios.