El texto que sigue es una reflexión profunda y sagaz, rebosante de hondura y
comprensión del corazón humano y del fútbol. El nombre del autor se conocerá al
final. Utilizaba éste y otros artículos del mismo autor con alumnos en los
cursos de sicoética en la pastoral universitaria de la Universidad IV de Roma
(2006-2008). Casi siempre ocultaba hasta el final el nombre del autor. La
experiencia me dice, y espero que no sea un prejuicio mío, que nuestras
lecturas muchas veces están sesgadas por el “criterio de autor” y no estamos
abiertos a aportaciones que luego reconocemos, siendo honestos, fecundas.
Sucede lo mismo con el desconocimiento y rechazo que se tiene a veces de
Cristo, como autor de un pensamiento metafísico y no sólo. Vayamos pues al
texto, esta noche, independientemente del resultado de la final europea entre
los dos atléticos: ganará el fútbol.
“Cuando se
hojea la prensa y se escucha la radio, se comprueba enseguida que hay un tema
dominante: el fútbol y la liga de fútbol. Este deporte se ha convertido en un
acontecimiento universal que une a los hombres de todo el mundo por encima de
las fronteras nacionales, con un mismo sentir, con idénticas ilusiones,
temores, pasiones y alegrías. Todo esto nos revela que nos encontramos frente a
un fenómeno genuinamente humano. Surge espontánea la pregunta sobre el por qué
de la fascinación que ejerce este juego. El pesimista contestará que es una
repetición más de lo que ya se experimentó en la antigua Roma: pan y circo; panem
et circenses.
Pero, incluso si aceptáramos esta respuesta,
tendríamos que preguntarnos: ¿y a qué se debe semejante fascinación, que lleva
poner el juego junto al pan, y a darle la misma importancia? Volviendo de nuevo
en la antigua Roma, podríamos contestar a esta pregunta diciendo que aquel
grito que pedía pan y juego era la
expresión del deseo de una vida paradisiaca. En este sentido, el juego se
presenta como una especie de regreso al hogar primero, al paraíso; como una
escapatoria de la existencia cotidiana, con su dureza esclavizante.
Sin embargo el juego tiene, sobre todo en los
niños, un sentido distinto: es un entrenamiento para la vida.
A mi juicio, la fascinación por el fútbol consiste,
esencialmente, en que sabe unir de forma convincente estos dos sentidos: ayuda
al hombre a autodisciplinarse y le enseña a colaborar con los demás dentro de
un equipo, mostrándole como puede enfrentarse con los otros de una forma noble.
Al contemplarlo, los hombres se identifican con ese
juego, haciendo suyo ese espíritu de colaboración y de confrontación leal con
los demás.
Desde luego, la seriedad sombría del dinero, unida
a los intereses mercantiles, pueden echar todo esto a perder.
Al pensar detenidamente en todo esto, se plantea la
posibilidad de aprender a vivir con el espíritu del juego, porque la libertad
del hombre se alimenta también de reglas y de autodisciplina.
En todo caso, la visión de un mundo que vibra con
el juego debiera servirnos para algo más que para el entretenernos, porque si
fuéramos al fondo de la cuestión, el juego podría mostrarnos una nueva forma de
entender la vida”.
Antes de ser elegido Papa, el cardenal Ratzinger escribió en un libro que
recoge su pensamiento como teólogo y autor espiritual, -Mitarbeiter der
Warheit- este artículo sobre el fútbol.
Luis Sánchez Francisco
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