EL POBRE Y EL RICO QUE TODOS LLEVAMOS LLEVAMOS DENTRO
Final de setiembre, inicios de octubre, la lluvia, puntual y necesaria nos recuerda que se aleja el verano, comenzando la vorágine de ofertas, y programaciones novedosas en todos los medios. Todos quieren vender grandes novedades, también en la Evangelización, aparecen técnicas, métodos, enganche a nuevas tecnologías, se nos llenas las redes sociales y los templos de bellísimos carteles… Todo esto es bueno, atrayente y necesario ¿Pero quién es la novedad? Ayer, hoy mañana: Cristo. Lo indispensable y novedoso: el Evangelio.
En el evangelio de este domingo, Cristo como terapeuta media en nuestros conflictos interiores tocando en nosotros una fibra sensible, muy sensible: nos hace ver que (nosotros también) somos indispensables. En la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón; éste, cuando ya está en el infierno, todavía desea ayudar a sus familiares, advirtiéndoles del peligro que significan las riquezas. Es decir, hasta nuestra experiencia en el infierno parecería tener sentido si la pudiésemos ofrecer a los demás (ya nos dice la parábola que en ese caso no es posible). Seguramente no hace falta llegar a ese extremo. En medio de nuestra mediocridad y luchas y caídas somos indispensables (entre Dios y el otro) cada vez que hacemos algún cambio en nuestra vida por el prójimo: perdonar, callar, hablar, perseverar, obedecer… Lo que ocurre es que hacer algo sólo por el prójimo es humanamente imposible; no podemos eliminar los intereses así como así. Mirando a Cristo sí que podemos. De ese modo, El, no sin nosotros, da sentido a nuestra unión con los demás. Y este es un aspecto de gran novedad.
También parece que Cristo en el Evangelio de hoy quiere llamar nuestra atención sobre el rico y el pobre que luchan dentro de nosotros. Describe minuciosamente a los dos, pero algo llama la atención. El nombre dado al rico “Epulón”, se sabe que viene de un testo latino de la vulgata Epulabatur quotidie splendide que estaba sentado en banqueteando todos los días, pero no tiene nombre propio el rico, el pobre sí: Lázaro. El evangelista Lucas no utiliza ningún nombre propio en las parábolas, curiosamente aquí sí. Es posible que sea la amorosa mirada de Cristo al pobre (necesitado, enfermo, limitado) que todos llevamos dentro y nos llama por nuestro nombre. Lázaro evoca a Betania, casa de la amistad, de Lázaro, el amigo de Cristo. Es Cristo quien mirando nuestra pobreza en amor y amistad nos ayuda a vencer a ese “epulón” que todos llevamos dentro, y así ser, como cristianos, indispensables en la evangelización.